Sigo tirando del hilo iniciado en la entrada “Mis claves de innovación” para centrarme en esta ocasión en el difícil arte de evaluar. O mejor dicho en la conceptualización que de la evaluación tenemos y que puede hacer inútil cualquier ánimo de innovar o transformar nuestras experiencias docentes a mejor.
Cuando inicié mi andadura profesional tenía una visión finalista de la evaluación, realizaba una prueba para valorar cuántos conocimientos había adquirido uno de mis alumnos tras largas sesiones de clase magistral. Cuando tenía varios datos generaba un juicio de valor sobre el individuo y su grado de adquisición de conocimientos y lo transformaba en una medida numérica. Ya entonces me resonaba a arcaico e incluso a equivocado, así que introducía valoraciones subjetivas sobre el proceso educativo de cada alumno y matizaba la “nota”. Creo que aquella forma de evaluar era la que aprendí siendo evaluado en mis tiempos de infante.
Pero surgían preguntas inquietantes: ¿Hasta donde llegaba mi capacidad de valorar y medir la adquisición de conocimientos?, ¿las herramientas usadas(examen) eran las más apropiadas para todos mis alumnos?, ¿valoraba la realidad o solo aquello que yo era capaz de medir?, ¿era justo?, ¿para qué servían aquellas notas?, ¿todos mis alumnos pueden o deben ser medidos con el mismo criterio?…
Todas estas preguntas y las horas de aula y los años de búsqueda de alternativas es lo que me hacían pensar que si no cambiaba mi forma de entender la evaluación difícilmente generaría un cambio innovador en mis clases.
Y ¿cómo la entiendo ahora? , pues sinceramente sigo sin entenderla del todo, pero si atisbo luz al final del túnel. Para mí, la evaluación se ha transformado en una herramienta de cambio ya que me suministra grandes cantidades de información sobre los procesos de aprendizaje de mis alumnos. Y entiendo que cuánto más comparta esa información con otros profesores, con mis alumnos y con sus familias, en el menor tiempo posible más capaces seremos de reorientar la práctica educativa en tiempo real para poder alcanzar los objetivos.
Creo que hay que tender hacia evaluaciones de tipo formativo donde el evaluado sea parte de esa evaluación con técnicas autoevaluativas y coevaluativas. El alumno debe recibir feedbacks no finalistas, es decir, que la información repercuta directamente en generar procesos de ajuste y cambio que faciliten el aprendizaje. Recibir una prueba o actividad con las correcciones e indicaciones oportunas y no tener ocasión de mejorarla es inútil. Por ello dar oportunidades de volver a entregar aquello que se ha trabajado en base a las consideraciones del profesor es dar oportunidad de aprender de los errores, subsanándolos.
Claro está, que esta última apreciación debe partir de la propia aceptación de que la evaluación no es intocable o que no es posible modificarla. Es curioso, las primeras veces que lo hice, los alumnos se sorprendían de que tuvieran un plazo de 48 horas para mejorar sus trabajos, luego indica que están acostumbrados a que actividad o examen corregido es inamovible y que solo habrá posibilidad de mejora en el siguiente.
Los alumnos, deben conocer lo que se espera de ellos y como pueden alcanzar el objetivo de aprendizaje. Para este menester las rúbricas me han sido de ayuda incalculable. Y además, mis alumnos me lo han agradecido de forma explícita, ya que no se sienten engañados ni injustamente tratados. Al contrario, son capaces de focalizar y centrarse en el proceso ya que la herramienta de evaluación les da seguridad en un trabajo donde antes, en muchos casos, se encontraban perdidos.
Debo reconocer que hacer de la evaluación un proceso vivo ha transformado mi forma de entender las clases y las metodologías, ya que es la verdadera palanca de cambio. De qué sirve usar metodologías muy innovadoras para evaluar como siempre. Generando nuevas formas de evaluar obligamos a que la metodología cambie para darnos la información del proceso de enseñanza-aprendizaje que buscamos. He dejado de ser resultadista y han conseguido mejores resultados.
Ya para finalizar destacaré que un aliado importante han sido las herramientas tecnológicas desarrolladas en los últimos años, tanto generadores de rúbricas, como test informatizados que devuelven la información en tiempo real. La posibilidad de sondear el proceso de todos mis alumnos me hace ver sin añoranza, los días en que preguntaba a dos o tres por la tarea del día anterior y apostaban antes de clase a quién le tocaría.
Durante años hemos preparado a los alumnos para aprobar o superar un examen, han entregado trabajos de libros que nunca leyeron, quizá entre todos les hemos convertido en expertos superadores de obstáculos académicos pero, ¿habían aprendido?. Eso si tengo claro, es más fácil superar una prueba que aprender.
Todos aprendemos, pero no todos lo hacemos en el mismo momento ni de la misma forma.
Estoy en un momento similar al tuyo pero últimamente me pasa lo siguiente. Los alumnos hacen primeras entregas flojas a sabiendas que tienen otra oportunidad, cómo lo corriges?
Gracias por el artículo David